EVANGELIO DE HOY
23/03/2009, Lunes de la 4ª semana de Cuaresma.
PRIMERA LECTURA
Ya no se oirán gemidos ni llantos
Lectura del libro de Isaías 65, 17-21
Así dice el Señor: «Mirad: yo voy a crear un cielo nuevo y una tierra nueva: de lo pasado no habrá recuerdo ni vendrá pensamiento, sino que habrá gozo y alegría perpetua por lo que voy a crear. Mirad: voy a transformar a Jerusalén en alegría, y a su pueblo en gozo; me alegraré de Jerusalén y me gozaré de mi pueblo, y ya no se oirán en ella gemidos ni llantos; ya no habrá allí niños malogrados ni adultos que no colmen sus años, pues será joven el que muera a los cien años, y el que no los alcance se tendrá por maldito. Construirán casas y las habitarán, plantarán viñas y comerán sus frutos.»
Salmo responsorial Sal 29, 2 y 4. 5-6. 11-12a y 13b
R. Te ensalzaré, Señor, porque me has librado.
Te ensalzaré, Señor, porque me has librado y no has dejado que mis enemigos se rían de mí. Señor, sacaste mi vida del abismo, me hiciste revivir cuando bajaba a la fosa. R. Tañed para el Señor, fieles suyos, dad gracias a su nombre santo; su cólera dura un instante; su bondad, de por vida; al atardecer nos visita el llanto; por la mañana, el júbilo. R. Escucha, Señor, y ten piedad de mí; Señor socórreme. Cambiaste mi luto en danzas. Señor, Dios mío, te daré gracias por siempre. R.
SEGUNDA LECTURA
EVANGELIO
Anda, tu hijo está curado
Lectura del santo evangelio según san Juan 4, 43-54
En aquel tiempo, salió Jesús de Samaria para Galilea . Jesús mismo había hecho esta afirmación: «Un profeta no es estimado en su propia patria.» Cuando llegó a Galilea, los galileos lo recibieron bien, porque habían visto todo lo que había hecho en Jerusalén durante la fiesta, pues también ellos habían ido a la fiesta. Fue Jesús otra vez a Caná de Galilea, donde había convertido el agua en vino. Había un funcionario real que tenía un hijo enfermo en Cafarnaún. Oyendo que Jesús había llegado de Judea a Galilea, fue a verle, y le pedía que bajase a curar a su hijo que estaba muriéndose. Jesús le dijo: - «Como no veáis signos y prodigios, no creéis.» El funcionario insiste: - «Señor, baja antes de que se muera mi niño.» Jesús le contesta: - «Anda, tu hijo está curado.» El hombre creyó en la palabra de Jesús y se puso en camino. Iba ya bajando, cuando sus criados vinieron a su encuentro diciéndole que su hijo estaba curado. Él les preguntó a qué hora había empezado la mejoría. Y le contestaron: - «Hoy a la una lo dejó la fiebre.» El padre cayó en la cuenta de que ésa era la hora cuando Jesús le había dicho: «Tu hijo está curado.» Y creyó él con toda su familia. Este segundo signo lo hizo Jesús al llegar de Judea a Galilea.
Palabra del Señor.
¿Creía él mismo su esperanza?
23-03-2009
Is 65,17-21; Sal 29; Ju 4,43-54
Llegando esta lectura de Isaías uno se dice: no es verdad. Isaías es un iluso, un engañador, quizá, porque ¿podía creer él mismo sus palabras? No vivimos en un cielo nuevo y una tierra nueva; quien lo diga es mentiroso pertinaz. Al contrario, cada día el cielo es más viejo y la tierra más hastiante, si cabe. ¿Cómo nos dices estas cosas, tan manifiestas falsedades? ¿Quieres que nos recluyamos en un corralito de mentira y mentecatez, desconociendo de manera tan burda quiénes somos de verdad y cómo es el mundo?
Fijaos, las palabras que me han salido son las de alguien que ha perdido por completo la esperanza. Mas las lecturas de hoy, una vez más, son una llamada plena a la esperanza. Lecturas que no van por suelto, sino que se encuadran en un acto asombroso de acción de gracias, porque eso que nos indica Isaías no es una realidad tangible, sino una promesa, lo que está adviniendo, que ya comienza a crecer en nosotros, queriendo hacer de nosotros actores principales de eso que viene. Mas algo que se nos dona, no que sacamos de nuestras propias fuerzas al mirar el fastidio de lo que somos y de lo que es el mundo.
Mirad, eso que decís, porque no tenéis esperanza, es hacedero. Lo imposible es posible. ¿Cómo? ¿Me lo tendré que dar yo a mi mismo?, ¿me lo darás tú? No, es fruto de un encuentro y de una súplica. ¿Encuentro con quién, con los hacedores de las vanas esperanzas, de las ideologías, de los engaños fumantes, del derroche sexual buscador de placeres continuados, del encuentro, por fin, con el dinero y el poder? Pues no, fruto del encuentro con esa singular persona que se llama Jesús.
Encuentro vivo, en la carne. El funcionario real oyó de él y corrió a él. Había perdido toda esperanza, pero le quedaba aún un resto de inconformismo, no quería aceptar la muerte de su niño. Y corrió a Jesús en el puro anhelo. ¿Qué buscaba? Lo imposible: la vida de su hijo. Como si no murieran injustamente cada día miles de niños, envueltos también en la desesperanza. Se acercó a Jesús. ¿Qué le pide? Lo que le preocupa en lo más íntimo de sí. ¿Es que tiene alguna esperanza, hay alguna probabilidad de la curación de su hijo? Todas esas maneras las tiene ya perdidas. Pero Jesús es, para él, una esperanza, última, definitiva esperanza. ¿Por qué? Por lo que ha oído, seguramente. Signos y prodigios. ¿Por qué no también con mi hijo? Señor, baja antes de que se me muera mi niño.
No tiene más dentro de sí. El mundo se le cierra con esa muerte. Ya no cabría la esperanza en su vida. Sólo la negrura del vivir cotidiano en la mentira y la mentecatez, que él, por su posición social, conoce bien. Insiste: baja. Anda, tu hijo está curado. Pero ¿cómo?, ¿curado a distancia, curado por internet? Curioso, y ahora viene el punto clave: el hombre creyó en la palabra de Jesús y se puso en camino. Una vez más, el punto clave está en ese creer que acepta hasta lo imposible, lo incontrolable, lo que de primeras no tendría ni pies ni cabeza. Lo que hace hervir en nosotros la esperanza. Bajó y vio, a la misma hora su niño quedó curado.
¿No es una historia que nos llena de asombro? Cree, y la esperanza se hace realidad en tu vida. Ahora sí, el mirad de Isaías tiene espesor.
Leer el comentario del Evangelio por :
Gregorio de Narek (hacia 944-hacia 1010), monje y poeta armenio
El libro de las oraciones, 12,1
«Como no veáis signos y prodigios, no creéis»
«Todo el que invoca el nombre del Señor se salvará» (Jl 3,5; Rm 19,13).
En cuanto a mi no sólo le invoco, sino que ante todo creo en su grandeza.
No es por lo que me da que persevero en mis súplicas, sino porque es la Vida verdadera
y es en él que respiro; sin él no hay movimiento ni progreso.
No es tanto por los lazos de la esperanza que soy atraído sino por los lazos del amor.
No es de los dones sino del Dador que siempre tengo nostalgia.
No aspiro a la gloria, sino que quiero abrazarme al Señor de la gloria.
No es la sed de la vida la que siempre me consume, sino el recuerdo de aquel que da la vida.
No es por el deseo de felicidad que suspiro, que desde lo más profundo de mi corazón rompo en sollozos, sino por el deseo de aquel que lo prepara.
No es el descanso lo que busco, sino el rostro de aquel que pacificará mi corazón suplicante.
No es por el festín nupcial que languidezco, sino del deseo del Esposo.
En la espera cierta de su poder a pesar de la carga de mis pecados, creo con una esperanza inquebrantable y me pongo confiadamente en la mano del Todopoderoso, de quien no solamente obtendré el perdón sino que le veré a él mismo en persona, gracias a su misericordia y a su compasión y, aunque merezco perfectamente ser proscrito, heredaré el cielo.
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